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El
Niño y el Árbol En
el patio de una casita pequeña había un árbol viejo y grande. Su tronco torcido era amplio y sus ramas se extendían sin
orden a su alrededor. La tierra
debajo de su extendida sombra era gris y polvorida.
Las ramas del árbol no brindaban fruta solo hojas grandes y pequeñas,
dependiendo en su logro de sujetarse a las caóticas ramas.
Tenia muchas hojas verdosas, algunas pintadas con betas doradas y otras
con pecas negras. Y todos los días el que hacer del niño de la casa era salir
y atender a el árbol porque su padre había querido que fuera así.
El
niño salía diariamente con su rastillo y sus bolsas enormes para recoger las
hojas caídas y amontonarlas en las bolsas.
El conseguía las bolsas mas grandes para poder guardar la máxima
cantidad en ellas. Le costaba
mucho trabajo y el pensaba, “Porque mi padre me ha mandado esta
responsabilidad tan grande? Yo soy muy pequeño y este árbol, él es tan
grande, como yo puedo ocuparme de esta carga yo solo?”
Pero él era un niño de conciencia y quería complacer a su padre, y
así seguía haciendo su trabajo por costoso que le fuera.
Pasaron
los anos y al niño le había llegado un hermanito.
El hermanito tenia ya la misma edad de él cuando su padre le encomendó
la tarea del árbol. El veía que
el árbol crecía mas aun mas grande y abundante.
Sus hojas seguían alfombrando la tierra aunque las ramas se veían mas
vacías. Y las hojas seguían
grandes y chiquitas auque menos salpicadas con dorado y mas con pecas negras.
Un
buen día cuando el sol veranero ahogaba el aire, el niño casi hombre, todo
sudado le dijo a su padre,
“Todos estos años yo he cumplido con mi deber.
He salido a diario y he atendido al árbol.
Ya mi hermano ha pasado la edad mía cuando yo empecé este trabajo.
Porque no me has dejado descansar y no le has dado este trabajo a él?”
Y su padre sabio y con mucho amor le dijo, “Has trabajado todos los días
bajo sol, lluvia y frió. Has
recogido las hojas que estorban en el patio de tu casa. Se que has trabajado
mucho y costosamente pero aun no has cumplido tu tarea bien.
Debes seguir ocupándote del árbol hasta que yo vea que esto lo has
hecho bien.” A oír las
palabras de su padre, el niño casi hombre se sintió desencantado.
Como quería complacer a su padre siguió sus instrucciones y mantuvo
su deber con el árbol.
Desde
ese momento le parecía mas costoso su trabajo pero aun desencantado recogía
las hojas diariamente. Pasaron
los anos y ya el era hombre. Volvió
a hablar con su padre y le dijo que ya el había cumplido con sus deber.
Ya el era un hombre y debería de tener otras responsabilidades mayores
que el recoger las hojas caídas de un árbol viejo y torcido.
El padre sabio con mas amor que nunca le contesto, “Es cierto, ya
eres un hombre y debes de tener responsabilidades mayores.
Pero todavía no has aprendido de atender de árbol. Como puedo
entregarte esas otras responsabilidades que tu solicitas sin lograr cumplir
esta?. Sigue atendiendo del árbol
y yo seguiré mirando como tu lo
haces. El día que vea que estas
cumpliendo con esta simple tarea te daré otras mas merecedoras de un hombre
cumplidor.
Y
así pasaron los años y el niño había pasado a ser hombre y el seguía
recogiendo hojas. El esperaba que
su padre estuviera complacido. Y su padre ya
viejo esperaba que su hijo cumpliera. El
árbol seguía grande y impresionante. Sus
ramas seguían enredadas y sus raíces gordas.
Solo las hojas cambiaban. Ya
no eran tan grandes y verdes. Muchas
mas alfombraban la tierra gris. Y
el hombre tenia que usar mas bolsas, más grandes para limpiar su patio.
Después
de muchos anos mas el padre del niño ya hombre al amanecer el día no despertó.
El hermano del hombre se fue de la casita para aliviar su tristeza y
solo quedo el hombre y el árbol.
El
hombre por habito seguía recogiendo las hojas que no se sujetaban a las ramas
del árbol. Y por su soledad
inmensa comenzó a desahogar sus penas bajo la sombra del árbol. Con dada hoja que levantaba con sus manos ya ásperas,
compartía el desconsuelo de su alma con el árbol.
El hombre le reclamaba y
le preguntaba al árbol, “Que es lo que nunca hice en esta tarea que me
mando mi padre? Siempre recogí
todas estas hojas caídas y dejé el patio limpio.
Que me falto por hacer?”
Y
en esa soledad silenciosa el hombre se acostumbro a hablarle a el árbol.
Sus desayunos los tomaba bajo su sombra y sobre sus raíces se sentaba.
Comenzó a compartir sus pensamientos
con el árbol y el árbol compartía su sombra con el hombre.
En
las noches el hombre salía y se recostaba al árbol, ya que los años no
pasaban en vano y su cuerpo no escapaba los años.
Allí comenzaba a darle a las raíces de la agua que el tomaba para
refrescarse. Todos los días se
acercaba mas a su árbol y todos los días hacia mas por el.
El
hombre ya era viejo y estaba muy cansado pero ya no sentía desencanto ni
soledad. El árbol también estaba
mas viejo pero sus hojas no se desprendían tan fácilmente.
Crecían mas verde y mas grande y algunas estaban pitadas de pecas negras
y otras de betas doradas. Su tronco
seguía torcido reflejando su orgullo terco y sus ramas seguían libremente
estremecidas sin orden alguna. Y el
hombre se sentaba en sus raíces amplias y cómodamente dormía bajo su sombra
luego de haber compartido sus pensamientos con su árbol fiel.
Una
tarde en la vida larga de el hombre que ya había pasado a viejo muchos años
atrás, el fue a compartir su agua y sus pensamientos con su árbol. Se recostó al
tronco y luego se acomodo en sus raíces a dormir bajo su extendida sombra.
Y en su sueño escucho las ultimas palabras que iba a oír, era la voz de
su sabio padre que lo llamaba y le decía con
su eterno amor y simple ternura, “Descansa ya hijo mío, que ya veo que has
cumplido bien con tu tarea.”
Y
con la tranquilidad de ese momento que culminaba su vida el hombre anciano sabia
que había cumplido con su tarea. Había
aprendido a vivir con el amor de la harmonía cuando aprendió que no podía
ocuparse bien de su árbol sin saber apreciar de su sombra.
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